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Mujeres al rehúso de la militarización en América del sur

No más cuerpos para la guerra

por Colectiva Antimilitarista La Tulpa, Colombia

(05.09.2020) […] la praxis política de las mujeres en tanto proceso y proyecto, debería ser el acto de “negación” permanente de aquello que se interpone a su liberación; negación de los mecanismos que reproducen su alienación y, al mismo tiempo, negación de todo aquello que constituyó el origen o génesis de la subordinación genérica de la mujer. (Julieta Kirkwood, 1983, p.15)

Los países del cono sur han estado históricamente mediados por la perpetuación de acciones estatales represivas como la tortura, la persecución, la desaparición, entre otras; con el fin de preservar el control de la sociedad por medio de la vigilancia y de la intromisión de los estamentos militares a la sociedad, tal como lo evidenció en su momento el Plan Cóndor a mediados de los 70 - 80. Ante esto, la población civil ha dado cuenta de procesos de resistencia, en los que la mujer, desde su voz y su accionar, ha sido parte fundamental en ejercicios de denuncia, de reparación, de no repetición y de construcción de una memoria histórica que narre el conflicto desde sus vivencias. Esto en la medida en que se han reconocido dinámicas centradas en la invisibilización de los impactos particulares de la guerra en las mujeres, en su cuerpo y territorio, que responde a la complicidad silenciosa del sistema patriarcal.  

En este sentido, a través de este escrito intentamos posicionar tres motivaciones para rehusarnos a las estructuras militares: reconocer el cuerpo de la mujer como territorio de violencias específicas; aprender del ejercicio crítico de la participación y acción política de la mujer frente a contextos sociales militarizados y resistir frente a la complicidad de discursos mercantilizantes para la legitimidad de un sistema opresor y patriarcal. Entendemos, además, que las narraciones, los eventos y las luchas presentadas corresponden a escenarios políticos y sociales complejos y profundos que requieren de análisis más precisos. Por esta razón, este escrito invita abiertamente a seguir construyendo memoria, comprensiones y resistencias desde los diferentes contextos sudamericanos.

Dar cuenta del proceso social actual, desde el reconocimiento y deconstrucción de la militarización que nos ha permeado como mujeres en América del Sur, la autora Ana Giorgi (2019) realiza una descripción corta y acertada de la lógica bélica en la que hemos estado inmersas, ella menciona:

 no puede comprenderse la situación de las mujeres en América Latina sin tener en cuenta las dictaduras, guerrillas, paramilitares, genocidios, asesinatos impunes y otros fenómenos. Y en este caso no sólo se trata de tener en cuenta las distintas condiciones de las mujeres, sino cómo esas experiencias son significadas para visibilizar, comprender y denunciar la opresión sobre la mujer (p.142).

Es así como desde cada uno de los territorios se amplía una perspectiva socioeconómica y política, de los cuales emerge la necesidad de fortalecerse colectivamente para la exigencia de condiciones de vida digna. Esta comprensión permitió develar nuestro estado de opresión como mujer latinoamericana en las luchas feministas.

Por años, la militarización ha interpelado nuestros cuerpos, expropiando nuestra autonomía y relato. Ha implicado desarraigos identitarios, y en tanto marca nuestro cuerpo, inevitablemente, marca nuestras maneras de habitarnos y habitar en nuestros contextos. El cuerpo de la mujer, entonces, ha sido botín de guerra, territorio de batallas y mapas que narran lo no dicho, ligado a la violencia sexual y la tortura histórica efectuada como estrategia de guerra, de control, y de autoridad.

Desde la literatura, relatos como el de Marta Traba en “Conversación al sur”, permite entender las diferentes afectaciones de la guerra hacia el cuerpo de la mujer, que señala y estigmatiza su feminidad, al mismo tiempo de “desbaratar la identidad que han logrado construir más allá de aquellos dictámenes sociales en los que se privilegia la superioridad masculina” (Crespo, 2016:233). De ahí la importancia del dolor comunicado, del recuerdo que mueve el deseo de cambio, del cuidado y reconocimiento legítimo de resistencia. 

En ese sentido, dentro del contexto y dinámica dictatorial que vivió Uruguay (1973-1985) se denuncia que “Todos los informes existentes sobre la tortura indican que el cuerpo femenino siempre fue un objeto “especial” para los torturadores” (Sapriza, 2009, p. 74), configurando el cuerpo de la mujer como un objeto de tortura sexual. El torturador -militar- de esta manera, reafirma su masculinidad y poder, produciendo subordinación por parte del sufrimiento. El cuerpo de las mujeres y su subjetividad siempre estuvo vinculado con violencias específicas y formas particulares de justificar dichas violencias.

En cuanto a la experiencia boliviana, traemos a colación el escrito por Noema Viezzer titulado Si me dejan hablar, que nos presenta la voz de Domitila Barrios, una mujer minera quien relata su vida y por ende sus resistencias, junto con el Comité de Amas de Casa de Siglo XX en tiempos golpistas, nos permite evidenciar una de las condiciones enterradas en la historia de la guerra: la tortura física y psicológica de la mujer en la cárcel militar y “doméstica”. 

Es evidente el daño integral a la mujer, tanto los efectos psicosociales producto de la amenaza, intimidación, persecución y humillación, como la violencia física que generó desmayos, abortos y embarazos forzosos, entre otros vejámenes. Además, adentrarse en un movimiento de resistencia como mujer ama de casa, implicó el aumento de la violencia “doméstica”, en el que la educación y la participación política eran castigadas y reprimidas, fortaleciendo los roles de género imperantes por la sociedad (Chungara, 1984). Ante este contexto, las mujeres bolivianas resistieron y transformaron sus realidades desde su formación autónoma en participación política, generando así, varias acciones concretas como “la huelga de hambre” en la plaza de La Paz, acto decisivo para el fin de la dictadura. 

En cuanto al contexto colombiano, las élites partidistas se han alternado el poder bajo viejos acuerdos políticos  sostenidos por una doctrina militar, que ha retroalimentado la guerra interna en un contexto narcoparaestatal. Lo anterior tuvo como consecuencia la perpetración de violencias contra las mujeres mediante la apropiación de sus cuerpos con engaño, extorsión, secuestro, asesinatos selectivos, violencia sexual, aleccionamiento, estigmatización, desplazamiento forzado entre otros (Ortega, 2012). Estas modalidades hacen parte de los mecanismos para dejar el precedente que el poder es ilimitado y que las mujeres deben someterse.

El poder de los hombres armados sobre el cuerpo de la mujer  narra  uno de los escenarios más crueles y más silenciados de la guerra en Colombia. El observatorio de memoria y conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica (2017) tiene en sus cifras 15.076 casos de víctimas de delitos contra la libertad y la integridad sexual durante el conflicto armado, el 91% son  niñas, adolescentes y mujeres adultas.

Es asi como el silencio y la complicidad de las estructuras del poder frente a la violencia sexual y la crueldad con la que han sido sometidas tantas mujeres bajo las armas, han producido una constante revictimización. Esto ha conllevado a que el ejercicio de construcción de memoria histórica no haya sido fácil, aún así, los esfuerzos colectivos de mujeres han consolidado la intención de tejer las diferentes narrativas.

En ese sentido, la JEP (Justicia Especial para la Paz) genero espacios de encuentro a organizaciones de víctimas y mujeres que han entregado 31 informes sobre casos de violencias sexual; sin embargo, han pedido que se abra un macrocaso, porque se considera que hay un patrón de violencia sexual de actores armados que no ha sido reconocido (Lopez, 2020).

Ahora bien,  el feminismo desde una postura antimilitarista plantea la necesidad reivindicativa de trascender los roles que les han sido asignados a las mujeres desde un discurso guerrerista, entendiendo que:

se ha accedido a un conocimiento casi directo de lo que para las mujeres suponen las guerras a través de los testimonios de otras mujeres, estas sí, testigos presenciales de conflictos armados. Ha descubierto a mujeres que se niegan a plegarse a la identidad que les asignan en las guerras (Peralta, 1998, p.13). 

Así pues, las mujeres pueden narrar de primera mano las consecuencias de la militarización, de hecho, históricamente han narrado sus historias, sus posturas y sus luchas desde movimientos que no se representan en las expresiones militaristas. 

Con el fin de la dictadura uruguaya, se identifica que los procesos de memoria y de exigencia de justicia fueron construidos desde las voces de líderes políticos varones. Ante esta realidad, un grupo de mujeres ex-presas políticas convocan a un espacio para compartir sus relatos. Fue un trabajo que tomó tres años y que reúne más de 300 experiencias que narran la violencia de la militarización (Sapriza, 2009). De esta manera, ellas mismas señalan: “las ex presas políticas uruguayas nos auto convocamos bajo la consigna “Porque fuimos y somos parte de la historia””(Alonso y Larroba, 2013, p.57). Así, no sólo cuestionaban y resistían al discurso oficial, sino que reafirmaban su pasado para disputar los espacios de construcción y reivindicación de la memoria histórica. (Alonso y Larroba, 2013).

De la misma forma, resulta importante destacar la resistencia de las Abuelas de la Plaza de Mayo en Argentina. Es necesario comprender que la lógica militar implicaba la instalación de valores, comportamientos y roles normativos y asignados. Así, en el principio de la dictadura y bajo la idea de una familia patriarcal, las madres y abuelas fueron asumidas como “Madres de la República” en tanto necesarias para el poder militar (Laudano, 1998 en; Quintana, 2016, p. 70). Las madres debían mantener el rol de control, educación y vigilancia. A partir de dinámicas represivas y discursos de miedo, se reforzaba la identificación mujer - madre; asegurando esta imbricación no solo se garantizaba su vinculación, sino que se retroalimentaba su funcionalidad para el régimen. 

Lo anterior da cuenta de porque el accionar de las abuelas representa un espacio tan subversivo. No solo se consolidan como un agente político, con agenda y con exigencias claras, sino que transgreden su lugar de enunciación de lo privado a lo público reclamando la aparición de sus nietos/as. Se desligan, entonces, del proceso discursivo de la dictadura en la que son un elemento más de control, y se consolidan como un ejemplo de subversión discursiva que trasciende su rol asignado, que reivindica y convierte su organización política para la exigencia de verdad y justicia (Quintana, 2016).

En Colombia, las madres víctimas de ejecuciones extrajudiciales a quienes sus hijos les hicieron pasar por guerrilleros bajo la política de seguridad democrática, han sido una de las múltiples experiencias de resistencia. Ante la impunidad judicial, han sido un vivo ejemplo del fortalecimiento de la memoria histórica, de la catarsis mediante el arte, siendo parte de obras como “Antígonas: tribunal de mujeres” o el “Costurero de la Memoria”, en donde  han hilado a través de las agujas sus historias y la historia del país. Han exigido la consecución  de procesos de verdad, reparación y no repetición para que el asesinato de sus hijos no queden en la impunidad ni en el olvido (López, 2018).

No siendo suficiente por inscribir en nuestros cuerpos las intenciones de la militarización, las estructuras militares nos quieren partícipes. De esta manera utilizan nuestro nombre y nuestras voces desde una lógica mercantil que intenta vislumbrar intenciones de inclusión y de cambios. Sin embargo, cuando comprendemos que la cultura militarista emerge del mismo lugar que la cultura patriarcal, se expone la intención de cambiar las caras de los protagonistas del ejercicio del poder sin cambiar el contenido que, a su vez, da cuenta de una estrategia firme y concreta de mantener el status quo. 

De esta manera, en el intento por mejorar la imagen dañada de lo militar y sus estructuras, se busca utilizar a la mujer desde discursos que creen apelar a lo “democrático” o a la “igualdad”. Es necesario visibilizar que mantener el orden establecido siendo partícipes de las dinámicas militares, inevitablemente fortalece una lógica patriarcal (Ruiz, 1990). La entrada de mujeres a estructuras militares de alguna manera contribuye a un proceso en el que se legitima la institucionalización de la violencia (Lorenzo, 1998).

Permitir la naturalización y legitimación de esas dinámicas hace perder la única posibilidad de problematizar las relaciones de poder que conlleva. En ese sentido, “el hecho que mujeres exploten a mujeres legitimaría el propio sistema ante los ojos de una sociedad que tiene sus propias categorías de lo que es feminismo y que a menudo limita éste a ocupar espacios en la sociedad” (Yuste, 2005, p.7). Entendiendo lo anterior, comprendemos que rehusarnos a la cultura patriarcal, implica, de alguna manera, la necesidad de rehusarnos a la vinculación con estructuras militares. Nos rehusamos a que en nuestro nombre se sigan reproduciendo y legitimando poderes, opresiones y violencias.

En definitiva, aprender de los impactos que ha tenido la militarización en nuestro cuerpo y reconocer los relatos de las mujeres que han resistido a estas violencias, nos ha permitido vislumbrar  un camino de resistencia frente a las dinámicas guerreristas, que, aunque modernicen sus discursos, siguen configurando y permeando nuestra cotidianidad. Ante eso nosotras nos negamos a un olvido cómplice, a asumir roles asignados dentro y fuera de las luchas, y a la idea de pertenencia a estructuras, que con discursos de inclusión, solo retroalimentan el orden patriarcal. 

La autora Leidy Arévalo es psicóloga con énfasis en psicología social. Participante en la Colectiva Antimilitarista la Tulpa y la Fundación LATIR-Equidad en el mundo. Correo: leidy25arevalo(at)gmail.com

La autora Manuela Niño es psicóloga con énfasis en psicología social. Participante en la Colectiva Antimilitarista La Tulpa. Correo: manunr9728(at)gmail.com

Referencias

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Centro Nacional de Memoria Histórica (2017), La guerra inscrita en el cuerpo. Informe nacional de violencia sexual en el conficto armado. CNMH, Bogotá.

Crespo, M. (2016). Poner el cuerpo: escenarios de resistencia y memoria en Conversación al sur, de Marta Traba. En Revista Landa (5)1. Buenos aires: Alicante. Recuperado en: http://www.cervantesvirtual.com/obra/poner-el-cuerpo-escenarios-de-resistencia-y-memoria-en-conversacion-al-sur-de-marta-traba-932538/

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Colectiva Antimilitarista La Tulpa, Colombia: No más cuerpos para la guerra: mujeres al rehúso de la militarización en América del sur. 5 de Septiembre, 2020. Escrito por Leidy Arévalo und Manuela Niño.

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